miércoles, 10 de octubre de 2012

Pompas de jabón



Tengo un amigo que hace pompas de jabón. Después de una vida pensando que el mañana no existía, descubrió en ellas una forma de llenar su espacio, el aire de lo que no existe, de lo que quizás no llegue nunca, de los deseos que no se cumplirán, o quizás sí, como las pompas de jabón.  A base de meter palos en un cubo, y mezclar el agua con jabón, redescubrió lo que significa preparar, y esperar, y abrir los ojos, y llenarlos de lágrimas. De alegría.

Y así, redescubrió que los demás podían verle con esos ojos, ser otro, por una vez o para siempre. Y así, conoció nueva gente, gente que pasa, mira, sonríe y se va, pero quedan, en algún lugar de nuestra retina y nuestro corazón. Gente que se queda y habla, y deja que el corazón y los ojos se les hagan pompas, pompas de jabón, que están ahora y ahora ya no están.

Algunos días le faltan fuerzas para levantarse, cansado de pensar que quizás este sea el último, cansado de no saber con qué llenar la espera. Y entonces, retoma sus palos, echa agua en el cubo y mezcla. Se levanta, se toma un café, echa un cigarrillo y se da un paseo, come, se echa la siesta y al levantarse sale a la calle, con su cubo, se planta en algún lugar, cada día uno diferente. Y hace pompas, pompas de jabón.

martes, 19 de julio de 2005

Viernes

Lo mejor de la resaca es el empalme. Si tienes suerte y te pilla en casa todo va bien, y si no tienes que salir, ni te digo. Si no, agárrate a lo que sea y fija la mirada allá a lo lejos, donde nada se ve ni nada hay que ver, porque está en tu sangre, la que te cuece entre las piernas. Eso es fácil si el día anterior tomaste una dosis de alcohol suficiente como para no recordarla. Contrariamente a lo que pueda pensarse el empalmado por resaca no es un depravado ni tiene ganas de serlo. No, lo importante del empalme es que te hace más consciente que nunca de que tu cuerpo, y una parte por encima de todas, va por libre.

En una vida acabas recordando los ratos de resaca como esos momentos gloriosos en los que todo se fue al traste, o a punto estuvo. Y tu con tu empalme. De hecho, estoy seguro de que Fénix, el ave, debía ser un borracho, de ahí esa capacidad innata para levantarse una y otra vez y después de caer, volar de nuevo para tocar el cielo con la punta de las alas, o del pene.

Hay un trinomio decisivo en la vida formado por resaca, pene y trabajo. Todo aquel que ha cruzado el umbral de su oficina durante varios días sin pasar por casa conoce ese trinomio. Es el trinomio de la verdad porque te revela en toda su jodida crudeza, y al mundo también. Las cosas más importantes de tu vida pasan en las angulosas esquinas de ese trilátero. Puedo decir que he realizado mis mejores trabajos sudando alcohol y apestando a tabaco. De hecho, la única satisfacción de un periodista es saber que su poder aumenta junto a la dosis de desfachatez y falta de vergüenza alcanzada en la barra de un bar y que a menudo el resto del mundo está dispuesto a arrodillarse y bajarle ese terrible empalme de resaca con tal de obtener unos pequeños renglones rectos en el papel del váter que se pagará a 1 euro el paquete al día siguiente.

También ese estado de descomposición humana permite simplificar al máximo lo que a priori parecía complejo. Donde antes te hubieras aguantado, entonces te cagas, y hasta dos veces, solo por gusto. Que me tocas los cojones, me lo paso por el forro, me despido, adiós, dame mi finiquito, me corresponden 15 días de vacaciones que van a empezar mañana, en la impresora tienes tu página que yo me voy. Y puerta. Eso es un empalme y ese empalme genera simientes que florecen, cada día.

Por supuesto que después de estas hubo otras resacas, comunales y descomunales. He vivido los momentos claves en la desintegración de una empresa con alcohol en las venas: el antes, el durante y el después. Desde entonces los despidos me saben a ron oscuro, lágrimas y abrazos de borracho y besos con futuro incierto y final feliz.

Por eso después de todo, si me llaman un martes, me caso y me embarco, borracho como una cuba. Para qué esperar al viernes, si es una isla a la que no sabemos si llegaremos, ni si existe.

lunes, 13 de junio de 2005

Muerto

Something smells rotten in the state of Denmark
(Algo huele a podrido en Dinamarca)
Hamlet, William Shakespeare


Hay un muerto en la oficina. Nos ronda cada día pero no acabamos de encontrarle.

Unos dicen que está metido en el cuarto del fondo, el archivo, y aprovecha por la noche a estar solo para salir y arrastrarse por la moqueta, impregnándola de su fetidez. Otros aseguran que en realidad anda encerrado en alguna cañería, lo que explicaría el repugnante olor de los efluvios provenientes del aire acondicionado. O en algún armario.

Está aquí cuando llegamos cada día. Lo sé porque al cruzar el umbral de la puerta, cada mañana, su puño invisible me golpea el estómago y un nudo agrio me aguijonea la garganta.

Y permanece al irnos. Lo sé porque al salir, recupero el aire, la respiración, la vida.

Su descomposición va en aumento. Hoy el aire, más y más espeso, está plagado de pequeñas moscas, apenas crías, sin duda una de las 7 plagas de las que hablan los forenses, las que pasan por nuestro cuerpo tras despedirse de su paso por este mundo, las que determinan las horas que un cuerpo lleva pudriéndose.

Quizás sea yo el que ha muerto y esté soñando que me levanto cada día para venir a esta oficina. O quizás no esté soñando y además de haber muerto, siga viniendo a esta oficina. O quizás todos estemos ya en el otro lado, donde todo es pasado y eternidad y aburridos en nuestros nichos, hayamos decidido seguir la comedia que empezamos alguna vez y sigamos, día tras día, entrando a este lugar vacuo, sin sentido, olvidado, cerrado.

Muerto.

Muertos.

jueves, 9 de junio de 2005

Tu día perfecto en 5 días

El que soñamos
23:57 - -->09.06.05 - Temática: Tu día perfecto en 5 pasos

Levantarme sin despertar, andar por un camino nuevo, mirar con los ojos del otr@, escuchar sin necesidad de responder y olvidar el despertador; el mejor día es el que sueño cada noche y empieza cada mañana.

Ver publicado en El País

viernes, 18 de marzo de 2005

El ogro

Soy un ogro y me como a las personas. No es que me gusten especialmente, es más, me molestan, por eso con tal de no soportarlas me las como. De hecho si pudiera, también me comería a mi mismo.

Siempre he sentido rechazo por los demás y no sé por qué. Ni lo sé ni me importa, es más fácil engullirlos para que dejen de dar el coñazo. Por eso no he intentado mejorar. De todos modos seguro que es culpa suya.

Me paso el día gruñiendo y dando mamporrazos. De vez en cuando me pego una buena carcajada pero no me suele durar, igual que todo.

No entiendo este mundo, no es como me lo habían contado y siento que no puedo hacer una mierda por cambiarlo. Hubiera querido tener otras vidas. Por eso también creo que me las como, ?aquí o follamos todos o la puta al río?.

Hace años que no me miro en un espejo. El último que tuve lo rompí. No me favorecía.

Ahora siento que estoy perdiendo el tiempo contando esta historia para no se sabe quien ni con qué fin. Y tú que estás leyendo, no te creas mejor que yo, ya estás dentro de mí.

miércoles, 16 de marzo de 2005

El primer día

Esa mañana no supe muy bien qué estaba ocurriendo. Mi mamá me despertó antes de lo habitual, me hizo desayunar, me vistió y me sacó a la calle a toda prisa.

Ella lo venía anunciando desde hacía unos días pero siempre he sido algo distraído así es que en aquella ocasión, como haría después en tantas otras, no le debí hacer mucho caso pensando que me estaba hablando de algo sin importancia.

El caso es que a medida que iban pasando los minutos fui pasando pronto de la sorpresa al terco enfado, ya entonces era bastante cabezón, sin saber que acabaría llegando rápidamente al estupor para caer de golpe en el profundo horror.

Salimos de casa y mamá con su paso siempre tan corto y ligero pero firme me tiraba de la mano alegando que llegábamos tarde. A mi corta edad -había aprendido a señalarla orgulloso con pulgar, índice y corazón-, no había desarrollado aún demasiados poderes de deducción pero los suficientes como para saber que eso significaba ir a un sitio serio donde alguien o alguienes nos esperaban para hacer algo que como todo lo anterior desconocía por el momento. Estupor.

La cosa empezó a ponerse fea cuando íbamos llegando al lugar de destino. A medida que avanzábamos observé que otros niños con otras madres tirando de sus pequeñas manos se dirigían en la misma dirección que nosotros. Mi mamá, que ya se había apercibido desde hacía un rato de que no me estaba gustando la situación, me empezaba a adelantar datos sobre lo que iba a suceder en breve. Todo se resumía en que lo pasaría muy bien y pronto estaría de nuevo en casa. De nuevo leyendo entre líneas alcancé a adivinar algo más sobre mi horrible devenir: mi mamá me dejaría solo y ¿por qué lo iba a pasar tan bien, es que podría pasarlo mal? Oh Dios mío ... Horror.

Hay muchas formas de llorar y se puede llorar por muchos motivos distintos. Pero no hay nada más triste, aparte de ver llorar a un viejo, que llorar cuando, por primera vez te anuncian que tendrás que enfrentarte al resto del mundo tú solito. Solo. Sin papá, ni mamá, ni Carlitos, ni el tío Fermín, ni la vecina del quinto. Solo, y punto.

Ese día de nada sirven los pequeños tractores rojos, como el que me compró mi mamá para que dejara de moquear, chillar, tirar de su brazo y revolcarme por el suelo. Ese día se recuerda cada año con el mismo profundo horror. Ese es el día en que de verdad comienza tu vida aquí, en este mundo, el real.

Ese día es el día en que empieza el colegio.

viernes, 11 de marzo de 2005

Ellos, los enfermos

Me irrita que mi cuerpo se infecte de este u otro virus. Yo soy una persona sana, que lleva una vida sana. ¿Por qué entonces he de sentirme enfermo? ¿Quién me ha pegado este catarro, por qué me pica todo el cuerpo y hasta la cabeza, qué me han puesto en la comida para que mi estómago parezca una hormigonera?

He llegado a la conclusión de que no es suficiente con matar al virus. No, es necesario matar a los portadores, y hasta a los familiares y amigos de los portadores, por si acaso. Ellos son los culpables de todos mis males; sucios, maleantes, muertos de hambre, mala gente.

Que desaparezcan del mapa. Este es un mundo impoluto, no tienen derecho a estropearlo. Que se queden en su mundo. No me interesan sus enfermedades ni cómo curarlas. Ellos sabrán por qué las tienen. Es culpa suya. Ellos tienen la culpa de todos nuestros males. Nosotros somos los buenos, los sanos. Ellos son los malos, los enfermos. Ellos matan, nosotros no. Nosotros vivimos como ha de vivirse. Ellos no. Me molestan, me irritan, no me dejan vivir en paz.

No les dejéis subir a nuestro tren. No. No les dejéis.